Demasiado tarde. Elèna Casero
¿Te has
sentado alguna vez con calma a pensar o a escribir sobre qué hay tras la
muerte? Juguemos.
Se abre la portada azul y nos reciben las palabras de RainerMaria Rilke: "En la vida no hay clases para principiantes, enseguida exigen de uno lo más difícil".
La muerte como huida, como huir en el fondo ha sido el modo de vida de Tina, con dos matrimonios y varias relaciones fracasadas a sus espaldas. Mujer profesional-liberada, tendente a la soledad interna, muere en un accidente a los cuarenta y tres años. Su tarea ahora será pasear entre el pensamiento de los vivos, es su purgatorio. Tina con un interior roto, tachada de díscola y frívola por su propia madre que la odia, se enfrenta a sus últimas horas de "tránsito" entre la vida y la muerte. ¿Por qué ese odio materno? No lo descubrirá hasta después de muerta, es hija de otro hombre, un hombre al que nunca conoció, el recuerdo perenne para la madre del amor perdido.
Tina y su interior educación católica tradicional recibida de niña, de una España que yo supongo del momento, convertida en una mujer madura, una alta ejecutiva insaciable, volcada en el trabajo.
La novela se traza con monólogos interiores y diálogos, un recorrido de personajes que discurre desde el crematorio hacia la revivencia del pasado y que durará hasta la salida del ataúd. La primera escena que me sorprendió de pronto, fue la aparición del querubín, un ángel asexuado, afeminado, con el que Tina conversa sobre cómo ganarse un trocito de cielo ( un mísero y diminuto pisito de alquiler en el más allá, en palabras de la autora) en la antesala del purgatorio. El diálogo transcurre de una manera divertida, ingenua e imaginativa.
Hay muchas cuestiones que van recorriendo la novela, planteamientos sobre el después de la muerte: Qué harían los vivos con las cosas de los muertos, quién iba a decirnos lo que teníamos que hacer, qué hay que esperar, qué se siente, existiría el perdón, se podría hablar en el más allá, qué hubiera sucedido si la vida hubiera sido de otro modo.
Cuestiones que no dejan de ser razonables y que en realidad plantean la vida tras la muerte como otra vida.
Hay otra alma del purgatorio que va a acompañar en el tránsito a Tina. Es Jacinto. Y de nuevo, la sutil sonrisa. Es un gigoló, muy atractivo, que se dedica a saciar "los apetitos más íntimos de las mujeres solitarias de corazón". Elèna Casero a lo largo de la novela, ante cualquier planteamiento crítico de los personajes, odiosos o no, siempre tiene una palabra delicada, un lenguaje preciso y no hiriente, para presentarnos el lado oscuro de cada uno de ellos.
Tina se prepara a enfrentarse al conocimiento de la verdad de su existencia a través del pensamiento de los otros. Esta es su capacidad ahora, oír a los vivos y oírse a sí misma. Y así van desfilando ante ella, ante su cuerpo impasible y frío, sus amigas, sus hermanas, sus hermanos, su ex, la madre.
El lenguaje de la novela corre veloz detrás de estos pensamientos, diáfano, estructuras sintácticas bien elegidas que son el envoltorio perfecto para dar a cada capítulo ritmo y acompañamiento, un lenguaje que no distrae. Amalia, Consolación, Madrona, la madre, van desfilando por la novela. La autora las perfila entrelazando sus pensamientos con el de la mujer muerta, creando retratos de comportamientos femeninos muy interesantes. Jacinto, León, Octavio, la figura del padre, mundos masculinos planteados igualmente con precisión. Podría hacer una breve descripción de cada uno de ellos, su vida, sus sentimientos, su manera de ser ante los demás, sus mundos secretos, todo ello está en la novela de Casero perfectamente dibujado. Pero creo que es mejor que sea la lectora-el lector quien los descubra por sorpresa en la lectura, viéndose reflejados o viendo a otros reflejados. Una novela de hombres y mujeres reales.
La estructura es una cuenta atrás, desde el velatorio hasta el cementerio, hora a hora, minuto a minuto. Flash back, diálogos con los vivos y sobre todo una psicología especial para acercarse y caracterizar a cada personaje.
Y, conforme iba leyendo, me planteaba, como siempre, por qué los protagonistas de las novelas que monologan desde las páginas siempre acaban resultando de nuestro agrado. Como si el ser humano tuviera siempre vínculos de hechos, afectividad, sensaciones comunes, que hasta personajes sumamente desagradables cuando plasman en palabras su interior, se nos hacen queridos.
Me hubiera interesado mucho una cierta profundidad en frases sueltas que recorren la novela, que tienen que ver con la relación con los padres, con el juicio implacable de los hijos hacia sus progenitores, el por qué de esa decepción. Otro aspecto sobre el que me quedaron ganas de saber más, de leer más, han sido alguna frases de Tina. "Me había acostumbrado desde que cumplí los cuarenta, a hacer un balance diario", esos pequeños detalle. Y también habla del miedo a la soledad venidera, el haber pasado la vida haciendo lo que los demás deseaban, el conflicto permanente con la madre, como juez, fría y distante, la madre admirada en la niñez y odiada después de por vida.
Nadie es lo que aparenta ser, es una buena conclusión para el tránsito de Tina. Pero uno se plantea si acaso somos lo que en un momento dado pensamos o sentimos, si somos como nos ven, o si solo somos un continuo devenir y cambio.
La obra de Elèna es una novela perfectamente trazada en su estructura, y cuando uno llega al final, el recorrido ya está concluido, una novela muy bien cerrada. Y espero que disfrutéis leyéndola tanto como he disfrutado yo.
Al final, recordé esto: Solo somos en realidad lo que hacemos
Se abre la portada azul y nos reciben las palabras de RainerMaria Rilke: "En la vida no hay clases para principiantes, enseguida exigen de uno lo más difícil".
La muerte como huida, como huir en el fondo ha sido el modo de vida de Tina, con dos matrimonios y varias relaciones fracasadas a sus espaldas. Mujer profesional-liberada, tendente a la soledad interna, muere en un accidente a los cuarenta y tres años. Su tarea ahora será pasear entre el pensamiento de los vivos, es su purgatorio. Tina con un interior roto, tachada de díscola y frívola por su propia madre que la odia, se enfrenta a sus últimas horas de "tránsito" entre la vida y la muerte. ¿Por qué ese odio materno? No lo descubrirá hasta después de muerta, es hija de otro hombre, un hombre al que nunca conoció, el recuerdo perenne para la madre del amor perdido.
Tina y su interior educación católica tradicional recibida de niña, de una España que yo supongo del momento, convertida en una mujer madura, una alta ejecutiva insaciable, volcada en el trabajo.
La novela se traza con monólogos interiores y diálogos, un recorrido de personajes que discurre desde el crematorio hacia la revivencia del pasado y que durará hasta la salida del ataúd. La primera escena que me sorprendió de pronto, fue la aparición del querubín, un ángel asexuado, afeminado, con el que Tina conversa sobre cómo ganarse un trocito de cielo ( un mísero y diminuto pisito de alquiler en el más allá, en palabras de la autora) en la antesala del purgatorio. El diálogo transcurre de una manera divertida, ingenua e imaginativa.
Hay muchas cuestiones que van recorriendo la novela, planteamientos sobre el después de la muerte: Qué harían los vivos con las cosas de los muertos, quién iba a decirnos lo que teníamos que hacer, qué hay que esperar, qué se siente, existiría el perdón, se podría hablar en el más allá, qué hubiera sucedido si la vida hubiera sido de otro modo.
Cuestiones que no dejan de ser razonables y que en realidad plantean la vida tras la muerte como otra vida.
Hay otra alma del purgatorio que va a acompañar en el tránsito a Tina. Es Jacinto. Y de nuevo, la sutil sonrisa. Es un gigoló, muy atractivo, que se dedica a saciar "los apetitos más íntimos de las mujeres solitarias de corazón". Elèna Casero a lo largo de la novela, ante cualquier planteamiento crítico de los personajes, odiosos o no, siempre tiene una palabra delicada, un lenguaje preciso y no hiriente, para presentarnos el lado oscuro de cada uno de ellos.
Tina se prepara a enfrentarse al conocimiento de la verdad de su existencia a través del pensamiento de los otros. Esta es su capacidad ahora, oír a los vivos y oírse a sí misma. Y así van desfilando ante ella, ante su cuerpo impasible y frío, sus amigas, sus hermanas, sus hermanos, su ex, la madre.
El lenguaje de la novela corre veloz detrás de estos pensamientos, diáfano, estructuras sintácticas bien elegidas que son el envoltorio perfecto para dar a cada capítulo ritmo y acompañamiento, un lenguaje que no distrae. Amalia, Consolación, Madrona, la madre, van desfilando por la novela. La autora las perfila entrelazando sus pensamientos con el de la mujer muerta, creando retratos de comportamientos femeninos muy interesantes. Jacinto, León, Octavio, la figura del padre, mundos masculinos planteados igualmente con precisión. Podría hacer una breve descripción de cada uno de ellos, su vida, sus sentimientos, su manera de ser ante los demás, sus mundos secretos, todo ello está en la novela de Casero perfectamente dibujado. Pero creo que es mejor que sea la lectora-el lector quien los descubra por sorpresa en la lectura, viéndose reflejados o viendo a otros reflejados. Una novela de hombres y mujeres reales.
La estructura es una cuenta atrás, desde el velatorio hasta el cementerio, hora a hora, minuto a minuto. Flash back, diálogos con los vivos y sobre todo una psicología especial para acercarse y caracterizar a cada personaje.
Y, conforme iba leyendo, me planteaba, como siempre, por qué los protagonistas de las novelas que monologan desde las páginas siempre acaban resultando de nuestro agrado. Como si el ser humano tuviera siempre vínculos de hechos, afectividad, sensaciones comunes, que hasta personajes sumamente desagradables cuando plasman en palabras su interior, se nos hacen queridos.
Me hubiera interesado mucho una cierta profundidad en frases sueltas que recorren la novela, que tienen que ver con la relación con los padres, con el juicio implacable de los hijos hacia sus progenitores, el por qué de esa decepción. Otro aspecto sobre el que me quedaron ganas de saber más, de leer más, han sido alguna frases de Tina. "Me había acostumbrado desde que cumplí los cuarenta, a hacer un balance diario", esos pequeños detalle. Y también habla del miedo a la soledad venidera, el haber pasado la vida haciendo lo que los demás deseaban, el conflicto permanente con la madre, como juez, fría y distante, la madre admirada en la niñez y odiada después de por vida.
Nadie es lo que aparenta ser, es una buena conclusión para el tránsito de Tina. Pero uno se plantea si acaso somos lo que en un momento dado pensamos o sentimos, si somos como nos ven, o si solo somos un continuo devenir y cambio.
La obra de Elèna es una novela perfectamente trazada en su estructura, y cuando uno llega al final, el recorrido ya está concluido, una novela muy bien cerrada. Y espero que disfrutéis leyéndola tanto como he disfrutado yo.
Al final, recordé esto: Solo somos en realidad lo que hacemos
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