Llevaban semanas preparando la
huida. Él llevaría una gabardina de color marrón, como los detectives de sus
novelas, como Humphrey Bogart, el atuendo más indicado para andar por Nueva
York. Ella le pidió prestado un vestido rojo, con mucho vuelo, a su compañera
de habitación. Ya no era rubia, pero tampoco importaba demasiado.
Se miraron en el espejo. Se
rieron, nerviosos. Brindaron con agua. Tragaron todas las pastillas a la vez.
Tosieron. Volvieron a reír, se besaron y se tomaron de la mano.
A la mañana siguiente, cuando los
encontró la enfermera del asilo, ellos ya estaban a los pies de la Estatua de
la Libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario